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viernes, 10 de mayo de 2013

Reflexión desde una fenomenología de la vida situada


La fenomenología es la concepción que (además de profundizar el perspectivismo, re-sintetizar empirismo y racionalismo, recuperar el fenómeno: la experiencia vivida, retomar consideraciones lógicas y mereológicas fundamentales; y otras tantas cosas que tendría que pensar con más detalle)  se toma en serio la re-inauguración de la poesía en la filosofía occidental que propone Nietzsche, como lo había sido por primera vez en los pre-socráticos (tomo este aspecto de la reconstrucción de la historia de la filosofía por parte de Heidegger). La noción de horizonte, en Husserl, es fundamental porque implica la trasposición poética de la noción más formal de intención-vacía. Es como el puntal del mundo de la vida, donde el horizonte diario, temporal, es, como dice Patocka el de día-noche, como ritmo de la vida y de los seres vivos (¿o sólo los humanos?), y, espacialmente está dando en la frontera familiar-extraño o amigo-enemigo. Quizá, actualmente, la pelea esté mayormente dada por lo espacial, o lo mundano como horizonte posible de todos mis horizontes parciales y escorzados de percepción, ya que la lucha, hoy día reitero, es por el territorio, por el la dominación del espacio. Nadie ha sabido cómo dominar el tiempo sin dominar el espacio, porque el sometimiento en lo territorial es para ordenar el tiempo en base al modo de producción, que requiere máxima eficacia y productividad. Quizá, entonces, sea como dice Kusch, una lucha por el estar no más, como suelo y vínculo más fecundo con la pacha mama, que cede ante las urgencias del tiempo para responder sólo a las de cuidar a ese suelo, en vez de destruirlo como sí está haciendo toda concepción europea u occidental. Deberíamos, volver, como dice Husserl en Crisis, a las preguntas originarias (Ur-Fragen), al fundamento de sentido (Grund der Sinn) pero no de Europa, sino de América, como intenta empezar a hacer Kusch con la América profunda.

A su vez, pensaba en que la fenomenología es una filosofía hecha durante el día, porque es aquí donde el sentido de la vista muestra toda su plenitud y se debe confiar en él para poder moverse con precisión. Pienso si no será posible una filosofía hecha desde la noche, que arranque con la puesta de sol y termine con la salida del sol. Pienso si no será bueno probar alguna vez en la vida ese ciclo de la noche, o, en última instancia, quedarnos en el espectáculo primigenio del ser humano, que tiene que ver con la puesta y salida del sol? Quizá la vida del eremita sea eso, la de irse a la montaña a contemplar el espectáculo más primigenio de la vida, que tiene que ver con la posibilidad interminable de la contemplación del sol y de la luna. Quizá la vida sería mucho más hermosa si todos coincidiéramos en este espectáculo de la puesta del sol más que de la televisión. Cuánto más compartiríamos y disfrutaríamos.

O quizá todo se trate de la tramitación del placer y el dolor, como señala la vertiente que trabajamos con el profesor Pablo Dreizik. ¿Se tratará sólo de una ética, en la que deseamos fervientemente aumentar los placeres y disminuir el dolor? ¿Será la búsqueda de placer, de Ser, eso funda al liberalismo, al capitalismo, a la filosofía moderna occidental basada en el “yo pienso” y en el concepto de propiedad que me aleja del mundo?¿O será la evitación del dolor, de la nadificación y sustracción del mundo, de la realidad que me pega y me hace doler con su dureza?¿Qué debemos volver  hacer para ser políticos, estar en el mundo, en la mundaneidad, y, en última instancia, vivir-con? Porque si no cambiamos esto, en cualquier momento la Tierra podría explorar y cambiar radicalmente el modo de vida sobre la superficie, o haber una gran inundación, como ya lo está habiendo en Buenos Aires y otros lugares de la Argentina (y del mundo). Me llamó la atención que el instructor de remo del “río” que está junto a las fábricas en el Polo industrial, me contara que esto no es un río sino un desagüe hecho al Río Luján entre parte de su recorrido, durante los 70’, durante la tercera presidencia de Perón, cuando se creó el Polo  Tpesados industriales, siguiendo una lógica de aprovechamiento de la ciencia para torcer su fisonomía y ser funcional al modo de producción industrial capitalista. Perón, como el gran Führer, como Stalin, eran fascinados de la ciencia y la técnica en su aplicación a una industria en gran escala e intentó cada uno lidiar con su clase obrera naciente de la mejor manera.

Pienso en la vuelta a la tierra no sólo desde la observación sino en el placer de las cualidades secundarias, indignas, como el gusto, el tacto, el olfato. Pienso en el disfrute del mate, en el bajón que voy a tener poque me fumé un re fasito hecho con las flores de Romi, y pienso si no es válido ese modo de vida que nos vincula a los placeres, al mí mismo, pero a la vez con el mundo, en donde se dan los placeres. El dolor se da en el no-mundo, en mi más íntima privacidad, aunque pueda haber la posibilidad de un dolor compartido, como la hacen tantos monjes que se autoflagelan para sentir dolor conjunto. Pienso en que no hay blancos y negros y en que hay momentos, como dice mi hermano Fernando, darse algunos gustitos para uno. Donación y disfrute, sería el combo ideal. Lo cierto es que hay egoísmo y hay altruismo, y hay que saber no acentar el pie en ninguno de los dos, porque si no pasamos del YO y más duro yo, al ELLOS y más duros ELLOS.

Horizonte-fenomenología

Hipótesis-Conjetura-ciencia (naturales y sociales)

 
Pienso, en la historia de la ciencia, en Ptolomeo, que con tablas de observación en las que incluía observaciones del movimiento del sol tomadas con en el más primigenio instrumento como lo era colocar un palo sobre la superficie para hacer un reloj de sol luna, para lo cual debieron fundar una geometría, geometría que también permitió la medición sobre la superficie terrestre, dando un vuelco total hacia la moderna ciencia que fundó Euclides y Galileo matematizó. También Ptolomeo se basó en un método analógico, pienso rápidamente, sin recurrir ni a la inducción (de lo particular-especial a los universal-general) ni a la deducción (de lo universal-general a lo particular-especial). Pienso que no tiene que pensarse en la oposición entre universal-particular, sino en el intermedio, ni lo uno-ni lo otro, que es lo que se da en la vida.

Pienso en que nuestro pensamiento y nuestras filosofía siempre fueron hechas desde la tierra firme, desde un Grund, pero como dicen Nietzsche, Heidegger, Cargnoloni, no deberá ser hecha desde un ab-grund, desde la falta de fundamento sólido que pisar. Aquí, frente al río pienso en una filosofía hecha desde el agua, la misma agua que en general conspira contra nuestra vida, en tanto que hemos fundado una vida terrestre. Veo a los remeros y pienso en la posibilidad de estar mar adentro, observando el paso de los días y las noches desde allí, como lo hicieron los grandes navegantes que exploraron la Tierra hacia nuevos lugares, a la manera de un viaje con destino incierto. Una filosofía del viaje, desde el viaje, que implica una lucha por la existencia, Darwin ahí no vió la lucha por la existencia en las criaturas que observaba sino en él mismo, cuando debía encontrarse en las Galápagos, en parajes que jamás soñó transitar.

Pienso en el modo de vida de los pibitos que llegan a esa vida nocturna de la noche, del transitar la noche viviendo de tomar lo ajeno mientras los otros duermen, siendo completamente anti-funcionales y anti-sistema. Pienso, si no matan a nadie, si no atentan contra esa forma tan propia de propiedad que es la propia vida, si no están en lo cierto, si no es una revancha ante el egoísmo del “es mío”. Pienso en el compartir, pienso esta noche ir a una peña, y seguir estudiando allá, estando en la cualidades secundarias, en el mundo de la vida, opinión, de la fiesta, del disfrute. Llevaré alguna pizza para compartir con mis amigos de Tigre los que quieran acercarse y se hayan tomado un tiempo de su día y estén (cerca o lejos) y quieran venirse al Club Pacheco, a dos cuadras de la ruta 197, porque sé que allí hay posibilidad de encontrar a mis amigos, y compartir, sin necesidad de pagar ninguna entrada.

Bueno, llegó la parte del día más hostil contra el ser humano, o al menos para mí, que es cuando aparecer los mosquitos, cuando se fue el sol, como lo hizo ahora no porque se haya puesto sino porque se empezaron a venir las nubes, al parecer, desde el norte. Anticipadamente, se ha puesto el sol y ha empezado la noche, que en realidad no empieza hasta que no vemos la primera estrella en el firmamento.
 
Guiyo.

viernes, 26 de abril de 2013

Amor y ternura




“Chica pura, chica pura, a vos te cabe mi amor-ternura”
Versión libre de Damas Gratis

Apenas surgió el tema de escribir sobre amor y ternura pensé: ¿Qué hay detrás de la rápida asociación entre “amor” y “ternura”? “Amor, tierno amor” suele rezar la frase. Tierno, se me ocurre en primer lugar, en cuanto a cualidad, que se contrapone a duro o rígido. El querido Kusch dice, en un pasaje de su libro Indios, porteños y dioses, que la realidad es dura, inflexible y lógica, (también rígida, agrego yo), y en relación a ella somos blandos. Somos blandos en tanto no podemos atravesar una pared, que es más dura que nosotros. Si amo, es porque deseo algo que no tengo, algo que no soy yo, decían ya los griegos. Amar me pone abierto, dispuesto al cambio (dispuesto a otro). Si amo, me vuelvo tierno, en tanto que soy frágil, vulnerable,  y por tanto dejo de ser cerrado, rígido y duro. La ternura nos dis-pone abiertos-a-un-otro. (Hasta en el plano de los sentimientos y el carácter se adjetiva en relación a la dureza-ternura “cabeza dura”, “testarudo”, “ser muy duro” o “¡qué tiernooooo que sos!”)
Ahora bien, no cabe darles valor a la rigidez y a la ternura, pues cada una cumple muy distintas funciones. Nuestro esqueleto es rígido, y está perfecto que lo sea, porque si no seríamos frágiles y fácilmente rompibles en relación a los objetos que nos rodean en nuestro mundo circundante. La rigidez de nuestro cuerpo y nuestra osamenta es, en ocasiones, puesta a prueba, como por ejemplo en un ritual rockero como lo es el pogo. La rigidez siempre nos pone en-frente, nos en-frenta a otro ante el cual debemos cerrarnos. Pienso en la rigidez de nuestros cuerpos frente a los golpes, los bastones policiales, las golpizas, y en lo tierno que puede quedar del amor luego de semejantes maniobras de tortura que podemos sufrir cotidianamente ante ciertos contextos, pero que se agrava cuando es orquestada por un aparato represivo que vela por la propiedad privada (muy Manuscritos económico-filosóficos). ¿”Dictadura”, justamente, se tenía que llamar no? Ya sé que tiene que ver con dictum, con dictar, y que viene de ahí, pero ¿gran casualidad ¿no?
Pero, para el caso, corporalmente no solo somos huesos, duros que nos dan una estructura, sino también piel, dermis, que siempre resulta permeable y tierna.
Pienso en la frase de su Para publicar del viejo Leandro N. Alem respecto a la naciente U.C.R. “Si, que se rompa pero que no se doble!” tan vinculada a estos temas y, más allá de la valoración que aquí se le da demuestra la importancia de estos estados en nuestra vida.
También pienso en la traducción del adjetivo francés “dur” que en castellano suele ser “sostenido”. De todos modos, una definición en un diccionario francés de “dur” es interesante: “que por su consistencia sólida, compacta, opone una fuerte resistencia al tacto, a la presión, al choque, al desgaste, que no puede ser fácilmente penetrado.”
Hasta en la educación se utiliza también la distinción rígido (duro) y blando. Hasta en algún momento se clasificó a las ciencias entre “duras” y “blandas”.
¿Ahora bien, habrá puntos de unión en esta que parece una lógica algo dualista? La rigidez y la ternura vuelven al momento del sexo. Si está tierna o blanda, no entra, solo entra si está dura. Ser tierno es, también ser flexible.
El fenómeno de la muerte también nos relaciona con esta dupla, pues cuando morimos nos volvemos duros. “Está más duro que un fiambre”, se dice. A su vez, la carne tiene una vinculación con la dureza-ternura, porque no estilamos disfrutarla si no se deja masticar. “Mmmmm, qué tierna está esta carne” es la expresión del deleite en, por ejemplo, un asado. “La carne está muy dura” es una frase que en absoluto tiene connotaciones positivas.

K.

jueves, 25 de abril de 2013

El que mucho abarca poco aprieta.


Amor se dice de muchas cosas.
Aparato de captura, concepto abstracto, vacío, totalizador,  legitimante. Ideal regulativo, fin último, sentido, consuelo. De color rosa y puntillas, de cagarte a trompadas, incondicional a prueba de todo. Deudor, revolucionario, transformador, radical, intento desesperado e  imposible de salir de sí mismo. Lo que buscamos todos, lo único que nos queda, lo poco que tenemos. Bueno, malo,  sano,  patológico, altruista, egoísta.
Sin exagerar, podemos decir que se trata de uno de los conceptos más ambiguos, abarcadores y (por eso mismo) tentadores con los que contamos en nuestro lenguaje cotidiano.
No escapa a  las rivalidades dicotómicas que nos ayudan a entender el mundo como seres racionales que pretendemos ser, no obstante, cuando decimos “amor” nos arrojamos torpemente al intento de dibujar un límite capaz de  contener y dar forma, es decir unidad, a procesos múltiples, sentimientos, sensaciones, pasiones, estados anímicos (modos de vincularnos con nuestro entorno, el mundo como horizonte de posibilidades), que exceden por mucho a nuestro modo de ser  racional.
El amor, entonces, es la forma abstracta de referirnos a los afectos, como producto del vínculo que se da entre nosotros (en tanto cuerpo) y el mundo. Estas afectaciones, dice Spinoza, son las que aumentan o disminuyen, favorecen o perjudican  la potencia de obrar de nuestro cuerpo. Es decir, incrementan o frenan nuestro conatus (nuestro esfuerzo por persistir en el ser).
Por esto, entiendo que nuestra tarea consiste simplemente  en corrernos del amor como concepto onmiabarcador y confuso, donde se ponen en juego estereotipos idílicos que terminan por frustrarnos y  abrirnos a las sensaciones que se ocultan implícitas en él.  Posibilitar las afectaciones (alegres) que incrementan nuestra potencia y de ese modo enriquecernos, así como también enriquecer a todo(s) aquello(s) que se ponga en relación a nosotros.  

Ser-tierno-en-el mundo.


Un cazador usa su mundo lo menos posible y con ternura, sin importar que el mundo sean cosas o plantas o animales o personas o poder. Un cazador tiene trato íntimo con su mundo, y sin embargo es inaccesible para ese mismo mundo. 
Viaje a Ixtlan.

La ternura, como acción, es la mostración afectiva de la intimidad. Tomando a esta no como una zona privada u oculta  sino como  la manifestación de un vínculo estrecho,  una conexión profunda, que se da con otro (de sí).
Solemos ser mezquinos y demostrarnos tiernos únicamente  con aquello(s) con los que podamos identificarnos o desear identificarnos o con aquello(s) que nos retribuya(n) el gesto; pero el verdadero desafío, creo,  es animarse a brindarle un trato tierno al mundo tal y como se nos da.
No es posible pensarnos separadamente del mundo, por lo que efectivamente nos une a él un vinculo muy estrecho, tratándose de una conexión que se retroalimenta; teniendo un trato tierno con nuestro entorno, lo tendremos a su vez  con nosotros mismos en tanto seres en el mundo. 

miércoles, 3 de abril de 2013

Ensayo sobre el amor y la ternura


Amor y ternura. Sustantivos abstractos. Pasibles de adjetivación. Algo es tierno; algo es amoroso. Pero, de un sustantivo concreto, como mesa, puedo afirmar que es tierna, pero no que es amorosa.
El adjetivo “amoroso” se aplica a lo viviente, a lo que Es.
El adjetivo “tierno” puede aplicarse también a útiles del mundo; a objetos concretos, porque tiene un sentido estético.
¿Lo amoroso tiene un sentido estético? No. Explica más bien una cierta cualidad.
“Qué amoroso tu gato” habla de un cierto carácter del animal y de la subsiguiente emoción experimentada por el sujeto enunciante.
“Qué tierno tu gato” implica dos cosas: La emoción que el gato sucinta en el sujeto enunciante:“ tu gato me genera ternura”, (en este sentido es como el amor) y, por otro lado, la impresión estética del sujeto enunciante frente al gato: “tu gato es un tierno”. Se objetará que puede afirmarse tranquilamente “tu gato es un amor” y es verdad, pero la diferencia entre amor y ternura que queremos mostrar es la que radica en los casos de aplicación a entes concretos. Veámoslo:
En el caso de “mesa” o “escalera” o “auto” o en cualquier tipo de ente inanimado, decir que es “tierno” implica dos sentidos: El sentido emocional, (aunque no sea un ser viviente, alguien puede sentir ternura por una cajita de música por ejemplo), y el sentido puramente estético (puede parecerle estéticamente tierna).
Mostramos éste último sentido, (el sentido estético), con un ejemplo:
Es conocido el caso de la mujer que queriendo comprar un bolso azul tornasolado, va a la tienda, lo encuentra, y a último momento lo cambia por otro bolso, de color púrpura, porque, ella misma lo indica: “éste es más tierno”.
Lo tierno es una impresión subjetiva sobre algo o alguien, ya sea por shock estético o por sentimiento.
Lo amoroso es más complejo. Sería absurdo que la mujer del ejemplo hubiese dicho que cambió su bolso porque el púrpura era “más amoroso”, dado que algo amoroso no es algo no-vivo. El hecho de ser amoroso implica una cierta cualidad que se relaciona con el movimiento: Lo quieto no es amoroso. Algo amoroso está siendo. Se desarrolla amorosamente, deviene amoroso en el devenir mismo de sí mismo como ser amoroso.

En cuanto sustantivos coinciden en su abstracción. Yo nunca ví, ni toqué a Amor silbando por la vereda. Yo nunca acaricié ni almorcé con Ternura. No son otro-de-mí. Son en-mí.
Parecen poseer una dimensión universal tan abstracta que los hace difíciles de ignorar frente a las cosas concretas (ignorables): Puedo olvidarme de comprar ajo para la cena de mañana, pero no puedo dejar de sentir ternura por los ojos de Laura.
Amor y ternura no son ignorables y llevan siempre a cuestas sus opuestos; es claro para todos que Odio es antónimo de Amor. Pero, ¿cuál es el antónimo de ternura? Aquí hay un problema.
Si acuden a cualquier diccionario de lengua española, van a advertir que todo aquello que se pueda sugerir como antónimo de ternura es en realidad, antónimo de otra palabra. El diccionario sugiere la palabra antipatía, entre otras, como antónimo de ternura. A esto lo llamaremos  traición, dado que antipatía le corresponde a “simpatía” y no a ternura.
Lo mismo con “impiedad”, que le corresponde a piedad. Y podemos seguir.
Lo que queremos mostrar es que, en el plano del lenguaje, Ternura es mucho más inaprensible que Amor. Es una palabra que llamaremos plástica. O elástica. Porque posee la capacidad de aplicarse de diferentes modos a diferentes diferencias (para seguir con las redundancias).
En cambio Amor, dentro de su abstracción, es concreta. Como se dijo: Amoroso sólo a lo viviente. Y con un opuesto claro que lleva siempre a cuestas.

Pensando el siguiente enunciado que hace Hermann Hesse en su Siddharta: Lo blando es más fuerte que lo duro; el agua es más fuerte que la roca, el amor es más vigoroso que la violencia. Y en éste marco de reflexión filodóxica, ¿Podemos afirmar que la ternura es más fuerte que el amor?
Eso se lo dejo a ustedes.


Mieko.

sábado, 23 de marzo de 2013

Filodoxar: hacia una filosofía compartida y sin finalidad.




“Toda posición de deseo contra la opresión, por muy local y minúscula que sea, termina por cuestionar el conjunto del sistema capitalista, y contribuye a abrir en él una fuga”
Gilles Deleuze y Félix Guattari, Conversaciones

En un contexto como el actual donde las urgencias apremian, hablar de filosofía (así  en general),  o de una práctica filosófica que se plantea sin una finalidad específica,  parecería remitirnos a  cierto anacronismo. Un sinsentido o a una suerte de hobbie para jóvenes snobs  y aburguesados.
La filosofía suele estar emparentada con incansables  (e infructíferas) búsquedas de verdades absolutas, con sesudos análisis de la realidad, que desde la reflexión y la posición crítica develan la verdad oculta que habita en los distintos procesos cotidianos. Con palabras difíciles, con lecturas complejas, con citas de autoría foránea que deberían ser esclarecedoras para nuestras problemáticas locales. La filosofía, y el filósofo, como su intérprete entre los mortales, suele responder a una burlesca caricatura de erudito.
La dificultad que se nos presenta al vincular estrechamente filosofía y procesos de desnaturalización, está se relaciona a la concepción platónica de verdad y la figura de filosofo-rey que de ésta se desprende. Nos resulta ineludible escuchar de fondo la crítica platónica a la dóxa, cuando tomamos a la práctica filosófica como el método idóneo de desenmascarar la verdad que yace oculta. Postulando, automática e inevitablemente, una verdad por alcanzar y al filósofo como el (único) encargado de develar-La. Como consecuencia de esto se produce un alejamiento con los procesos reales de lo que acontece y con los discursos concretos que están siendo. El filósofo queda, por lo general, aislado en ese tomar distancia para ver mejor, y su aporte termina por no ser mucho más que un pintoresco y disociado discurso que no considera las problemáticas reales de la sociedad a la cual pertenece. 
Creemos, que este imaginario revela un ideal regulativo de la actividad intelectual en general, que se ha ido enquistando en nosotros debido al corte ilustrado de nuestra formación académica (sea ésta del nivel que sea), donde se da por supuesto un determinado estereotipo de pensador-erudito.
Para ayudarnos a desgajar esta imagen idealizada de la filosofía y  poner en cuestión la figura rígida del filósofo, Nietzsche viene a nuestro auxilio. Acercándonos al filósofo del “peligroso quizá”, donde lo que sale a luz no es otra cosa que la tendencia humana a crear sentidos y buscar imponer, con ellos, nuestra voluntad de poder. Al correrse de los absolutos (al desprenderse del en sí), la imagen del filósofo que accede a las esencias, aquel que se ve guiado por una ascética voluntad de verdad (el filósofo platónico por excelencia), queda también deformada.
No sólo tendemos a los sentidos, sino que estos nos resultan vitales. La configuración de mundo, donde se imponen los sentidos, nos posibilitan la autoconservación (la posibilidad de persistir en el ser) y lo que nos importa ahí es la funcionalidad del sentido, su utilidad para la vida. No se trata ya de buscar develar la verdad en sí del sentido, sino de asumirlos para poder desenvolvernos, con cierta comodidad, tanto en los procesos reflexivos como en el transcurrir de lo cotidiano. Pues podemos perfectamente necesitar para el desarrollo de  la vida apoyarnos en un sentido que, desde la óptica platónica resultaría falso, o como Mónica Cragnolini nos invita a pensar, retomando la concepción nietzscheana, solemos necesitar de “falsificaciones” que le den cierta regularidad al deviniente caos.[1]
Entendiendo de esta manera a la práctica filosófica, el filósofo no puede nunca posicionarse por fuera. No está ni afuera ni arriba de los procesos sociales, puesto que, en tanto práctica, la filosofía es una potencia vital de lo humano, una pulsión diríamos desde la psicología. Por lo que el filósofo no es otra cosa que aquel que en el transcurso de su vida se abocó a recabar herramientas especificas a dicha práctica, dirigiendo buena parte de su energía vital en busca de satisfacer esta pulsión. Tanto sea desde el ámbito institucional  como por fuera de él.
Vale aclarar en este punto, que al referirnos a la filosofía como esta suerte de impulso vital o pulsión inherentemente humana, estamos pensando más en el contenido de ese impulso, que en la nómina o el fin del mismo. Podemos nombrar ese impulso de distintas maneras, podemos englobarlo en otros nombres, no es eso lo que nos resulta relevante. Lo que buscamos poner de manifiesto es la tendencia a generar sentidos, la necesidad de imponer un orden (aún cuando éste sea ficticio) al caótico trasfondo que nos presenta el mundo circundante.
No se trata aquí de determinar ese impulso vital, definir esa voluntad de poder o encausar esa pulsión en un objeto que fije sus reglas y transmita mandatos. Se trata, ahora, de asumir lo provisorio del sentido y de incluir la posibilidad de ser determinados a través del azar, de lo lúdico. Entendemos que dejarse llevar por lo lúdico, es dejarse estar en el trasfondo indeterminado de la nada, crear sentidos desde este trasfondo de precariedad ontológica.
Otra filosofía es posible. Al desligarnos del deber ser de la filosofía, podemos comprender que la práctica filosófica está siendo, y asumirnos en esa práctica de constante transformación  que nos invita a arrojarnos por senderos que exceden lo estrictamente racional. Si la potencia filosófica está en todos, la tarea del filosofo será en todo caso la de guiar, permitiendo desarrollar o  incrementar, esa potencia. Esto no en un sentido ilustrado, sino entendiendo que al incrementar la potencia de otro, se retroalimenta la propia y el proceso se vuelve enriquecedor en sí mismo, rompiendo con los límites del individuo/sujeto. El intercambio filosófico no es ni puede ser limitado a ámbitos institucionales, precisamente porque se hace presente en todos los ámbitos (se disemina, como diría Derrida).
Por eso, cansados de las falacias de autoridad y de las capciosas búsquedas de verdades eternas, proponemos en su lugar, filo-doxar sin otra finalidad que la de experimentar intentando desafiar los estereotipos que se asocian a la figura del filósofo/pensador/intelectual, los cuales no hacen otra cosa que marcar senderos cada vez más estrechos y asfixiantes que terminan por limitar la práctica.
Queriendo deshacernos de tradiciones obsoletas y mandatos que nos exceden, filodoxamos libremente, incrementando nuestra potencia vital e intentando enriquecer nuestra perspectiva, aquí y ahora. Sin tener una finalidad específica, nos permitimos compartir y enriquecer nuestros conceptos. Filodoxar no requiere largas defensa ni exhaustivas definiciones; se trata más bien, de predisponernos a soltar o modificar los conceptos que hemos aprendido/adquirido/construido en el transcurso de nuestra formación (la vida toda), a partir de los aportes colectivos. Un pensamiento libre que renuncia a todo resultado práctico, a todo saber eficaz,  un pensamiento que se resuelve en la nada: el criterio no es la utilidad, sino el debatir-compartir.

En contra del saber experto y en pos de la empatía, los filódoxos, creemos  sobretodo en el ejercicio de la conversación, en la escucha profunda y la libre asociación. Porque desde el diálogo, la opinión, la doxa compartida, los filódoxos (todxs nosotrxs todxs) en puro acto, constituimos mundo.

Creemos que al asumir e incrementar nuestras propias potencias, al dejarnos llevar por el deseo que nos impulsa, sin forzar en él ningún tipo de finalidad ni grandilocuencia,  nuevas formas de producción serán posibles. Intuimos que para que esto se dé, en primer lugar, debemos darnos cuenta que llevamos puesto un saco que no nos pertenece y que nos resulta muy pesado, del cual no tenemos más que desapegarnos.  En última instancia, se trata de reactivar la potencia filosófica, de dejarla fluir libremente, para que cual rizoma se abra paso en el constante devenir, siendo a su vez, deviniente.



[1][…] Más que el intento de acceder a la esencia última de las cosas, imponer al caos del devenir un orden, una medida, un conjunto de formas: éste es el origen de la lógica, las categorías son forjadas sabiendo que implican ‘falsificaciones’ de aquello que es deviniente, en la medida en que deben asumir la regularidad. El hombre no podría manejarse sin más en el ‘caos’, necesita de medios como los axiomas lógicos, los principios, las categorías” Mónica Cragnolini, Nietzsche, camino y demora.